miércoles, 23 de diciembre de 2009

Nevada




Una cosa que no tiene que ver con la foto que es de la nevada del otro día:
He vuelto, a ver si no dejo lo del blog:
UNA NUEVA COMPETICIÓN

El Sol moría, como cada atardecer entre una Luna que desafiaba a la naciente oscuridad. Con unas estrellas que eran como agujeros en el espacio por lo que, quizás los ángeles nos observan.
El satélite crecía, se llenaba de ella misma y, al caer dos pequeñas estrellas fugaces a su lado, se podía pensar que eran dos lágrimas siderales.
El corazón de la chica se encogía. No era el frío que la noche suele tener como socio necesario. Pensaba en ese sueño. Una fantasía a la que, sin embargo, se aferraba. Quería salir corriendo y huir, no le importaba adonde. Cualquier sitio sería oportuno. Deseaba volar, sin especificar la altura. Quería ser libre, ser feliz.
Pero no podía. Volar, nadie puede volar por si solo. Pero correr… eso continuaría siendo un sueño por toda su vida. La semana pasada se los dijeron. Y ella deseó que estuvieran bromeando. Ella, una deportista consumada. Campeona de medio fondo en su región.
Cuando los médicos no sonrieron al decirlo, era algo serio. El mundo se abalanzó sobre su cabeza. La caída en una excursión, le había machacado la rótula y había dañado seriamente tanto los ligamentos como otras articulaciones. Esa pierna estaba inmovilizada.
Por su bien debían dejarla como una pieza rígida. Por el resto de su existencia. Sentí rabia, pena, dolor, miedo y angustia. Miraba al cielo, apoyada en su muleta y pensaba buscar en él alguna solución. Se sentía la más desgraciada de ese Universo que contemplaba.
Se acostó, con alguna dificultad, en su cama y se durmió. Soñó que volvía a ganar en la carrera del año próximo y se levanto con un amargo optimismo. Después llegó la realidad. Se desplazaba paso a paso. Se metió en el coche de su padre para ir a la primera revisión, después del accidente.
Cuando llegó al Hospital, empezó a revivir en ella su espíritu luchador. Allí vio a gente en silla de ruedas. Algunos inmóviles de cuello para abajo. Observó a pacientes que conservaban su movilidad, pero que, en la zona de Psicología y Psiquiatría, eran como zombies.
Esa gente tampoco había elegido eso. Ni estar enfermo ni tampoco se habían resignado. Acudían al médico para curarse. A veces de sus dolencias. Otras veces para que escucharan sus síntomas y, sin darles una solución milagrosa, sentirse queridos por el personal que los atendía.
Nuestra amiga se aproximaba a la puerta de la consulta y abría la puerta a los ancianos o desvalidos que tenían dificultad para entrar en la habitación. Le costaba trabajo, pero, se empezó a dar cuenta, de los que había allí, era una privilegiada. Tener una pierna inmóvil es una desventaja, pero que esa atrofia pase a la mente sería mucho peor.
Al darle de alta, habló con algunos compañeros corredores de su federación. Se ofreció para entrenar, en la medida de sus posibilidades, a nuevos atletas. No sólo no le pusieron trabas, sino que le animaron a entrenar a chicos y chicas que deseaban correr el medio fondo. Si ella no podía competir, al menos podría ayudar a alguien a realizarlo.
Su padre le regaló un telescopio. Pues no le gustaba que desperdiciara algunas noches mirando el cielo a escala real. Estudió el cielo, la Luna y las estrellas. Se sentía, a la vez, pequeña ante la inmensidad y grande ante sus nuevos desafíos. Estaba mejor y decidió no quedarse quieta, como le obligaría su lesión.


No maldijo su mala suerte, más bien se alegró de estar viva. Ahora se movía menos, pero, en compensación, leía más. Viajó, sin moverse de su habitación por países exóticos, por galaxias lejanas y por reinos fantásticos. Y volvía a su pequeño habitáculo satisfecha.
Su vida podía ser, en lo sucesivo, duradera o corta. Pero sería plena.

“Los obstáculos no nos vencen, somos nosotros los que tenemos que salvarlos”


AUTOR: JUAN GREGORIO GARCÍA ALHAMBRA
09/10/09