jueves, 27 de noviembre de 2008

El mundo escondido


Esta foto no está tan escondida es de la confluencia Princesa, Alberto Aguilera y Marqués de Urquijo en Madrid. Una panorámica bonita. El mundo al que me refiero es el siguiente escrito:
LA TIERRA DE A TRAVÉS


Recorría un incansable viajero la comarca de los abetos, después de esta no se sabía muy bien lo que había. Nadie osó traspasar el “Bosque Eterno”. Era un bosque de abetos, enormes, que quienes se aventuraron a intentar atravesar tuvieron suerte desigual. Unos no volvieron, otros fueron encontrados muertos y otros volvieron aterrados.
Nuestro amigo, llamado Zubkia, que significa en lenguaje de su tribu, los Azamas, “el osado”, se preguntaba que escondía ese bosque. En realidad el bosque le importaba muy poco, lo que realmente le gustaría ver es lo que había después. Quien quiera que hubiera puesto esa barrera sería para impedir ver algo, bien maravilloso o bien monstruoso.
Pidió a los lugareños de las aldeas vecinas si podían hacerle de guías, para adentrarse en el “Bosque Eterno”. La gente lo evitaba como si fuera un loco o un poseído. ¿Quien podía arriesgarse a no volver, morir o volver enloquecido?
En una casita aislada, fuera del pueblo, entre el bosque y la civilización fue a buscar cobijo, pues también le negaban el alojamiento. Allí había una pareja de viejecitos. No sólo le dieron posada, sino que se ofrecieron a indicarle el camino a seguir por el bosque. Eso sí, nada de acompañarlo, sus achaques no eran la excusa, si habían sobrevivido era precisamente por no haberse aventurado en cruzarlo.
¿Y como diablos le sugerirían los senderos y recovecos del bosque? Él no era el primer visitante e inquilino que habían recogido con deseos de cruzar el bosque. Algunos de los que lo habían intentado se dejaron mapas y señales de ese cúmulo de árboles infranqueable.
Le dijeron que solo le podían dar información de segunda mano y que no esperara cruzarlo solo con su ayuda. Debía arriesgarse él mismo y perderse o perecer por su cuenta. Únicamente le darían pistas, pero le dijeron algo, si lograba pasar el bosque, la recompensa sería inmensa. Pues de todos los que lo intentaron diez o doce no se sabe donde están. Pero la viejecita un día soñó con uno de ellos y le dijo que tras el bosque estaba el “Reino de la fantasía”.
Zubkia no salía de su asombro, no sólo le estaban dando indicaciones que sabe quién serían certeras o no. Sino que le hablaban de sueños y demás fantasías, que eso era lo que parecía no un reino tras el bosque.
A la noche reflexionó y decidió no atravesar el bosque. Probablemente los ancianos querían embaucarle para que hiciera esa aventura con final incierto y se quedarían con todo lo que dejara en la casita. Por la mañana se lo hizo saber a los viejecitos, y ellos no le animaron como el suponía sino que le dijeron algo que le dio que pensar: “El miedo es libre, pero a su vez es esclavo de la seguridad”.
Cuando llevaba algo más de dos kilómetros de vuelta de la casa se volvió y vio la masa ingente de abetos que no dejaba ver nada más allá. Pensó y volvió a andar, de nuevo se paró y decidió dar marcha atrás. ¡Que diablos! Había viajado por todas partes y un bosque tampoco lo pararía en su continua búsqueda de la felicidad.
Los ancianos solo le dieron un mapa, por el que tuvo que pagar un precio, y lo acompañaron, sin precio adicional de un brebaje que ellos preparaban para los viajeros. Era una bebida vigorizante. Pues el bosque era muy grande, y, aunque tenía animales y plantas para alimentarse dentro, el ánimo podía decrecer mientras pasaban los días. Pero solo debía beberla si era necesario, pues podría tener efectos contrarios si solo se administraba con un simple cansancio.
Y, al amanecer siguiente se puso en marcha, aún no lo sabía pero era el último amanecer que vería en mucho tiempo. Entró en el bosque, cuando llevaba unos tres kilómetros dentro de él, comenzó a sentir su influjo. Estaba iluminado con una luz pobre, había mucha humedad y cada ruido que percibía escondía una posible amenaza. Siguió el mapa, pero cuando llevaba unos diez kilómetros adentrado llegó a un punto en el que el plano se acababa.


Se sintió estafado y maldijo su suerte, pero ahora era cuando no podía volver, todos se reirían de él y de su fallida osadía, como indicaba su nombre. Probó a orientarse, según el mapa el norte estaba allí, el sur allá, a la derecha el este y a la izquierda el oeste. Pero ¿Quien le podía garantizar eso? No se filtraba demasiada luz en el bosque y no podía ver de donde venía el sol. Ahora tenía que mascullar como seguir y poder volver atrás en caso de necesidad.
Ideó una marca que pudiera ir haciendo en los árboles y seguirla fácilmente. A su vez iba marcando en un papel donde iba haciendo esas marcas. La pregunta era ¿hacia donde había que dirigirse? Pensó que si de donde venía empezaba el bosque y se extendía de noroeste a sudeste, debía ir en dirección contraria, si había un fin de la masa de árboles sería profundizando en perpendicular.
Así lo hizo y siguió, el cuarto día se llevó una sorpresa desagradable creyó ver a alguien recostado en un árbol y en principio se asustó. Luego, discurrió, podía ser de ayuda para seguir, cuando se acercó el sujeto estaba apoyado en un árbol, sus vestimentas parecían viejas y sus botas parecían roídas por los ratones del bosque. El sombrero le caía sobre el pecho. Lo levantó poco a poco y ante si apareció la calavera, con su correspondiente esqueleto dentro de la ropa, de otro visitante anterior.
Durante dos semanas halló a otros cinco cadáveres de supuestos aventureros. Ninguno tenía signos de violencia, más bien parecía que habían muerto de cansancio o de inanición. Cuando estaba ya un mes en el bosque, con pelo largo, barba descuidada y, a punto de volverse loco, se detuvo. Se sentó bajo un abeto y vino a su recuerdo el hallazgo de la primera víctima del bosque que vio. Creía que era el fin. No se sentía con fuerzas para dar un paso más, recordó la bebida de los ancianos y rió con todas sus fuerzas. Bien lo habían engañado esos dos pillastres. Ahora todo lo que les dejó era suyo y con sus cinco hojas de marcas en los árboles, ya no sabía muy bien donde estaba.
Olió la bebida y pensó que quizá era un veneno para acabar de una vez y pensando en ello se lo bebió de un trago. Cuando la vista se le nubló decidió que la suerte estaba echada. Pero solo se durmió profundamente durante casi un día. Cuando se despertó creía que había pasado de una vida a otra pues veía, al fondo de donde se encontraba, una claridad rara.
Convencido de que era un alma camino de la eternidad se dirigió hacia la claridad. Se sintió más muerto que nunca cuando comprobó que su cansancio había desparecido por completo. Sus piernas le respondían perfectamente y tenía fuerzas para cruzar cinco bosques como el que había atravesado.
Pero no, estaba vivo, lo comprobó en el momento que se rozó con una rama y le produjo dolor y una pequeña herida. A pesar de ver la claridad relativamente cerca aún tardó unos cinco días en llegar al límite del bosque. No lo sabía, pero lo informaron. Antes de que abandonara el bosque un ser transparente lo detuvo. Le dijo que podía visitar el lugar que seguía al bosque, pero no podía molestar ni alterar nada de lo que viera. Ese mismo ser le contaría todo lo que deseara de su tierra, pero únicamente podía permanecer allí una semana.
Con la poca luz del bosque esa criatura le parecía inmaterial, pero cuando se introdujeron fuera de los abetos lo percibió como una especie de gigante cristalino, como de vidrio. Le dijo a Zubkia que lo había hechizado para que nadie notara su presencia.
Cuando salieron completamente Zubkia cerró los ojos, estaba deslumbrado, no veía nada. Tardó por lo menos media hora en recuperar la visión. Ante su mirada aparecía algo que nadie había visto nunca ¿O sí? Le preguntó a su “guía” si alguien más había visitado ese sitio. Le contestó que sí, todo se lo decía de forma telepática, que otras dos personas llegaron allí. Le advirtió que nadie debía saber nada de este sitio, pues era puro y auténtico, el único sitio así en el mundo. Si volvía y contaba algo de ello, toda la fuerza de los seres de allí confundirían su habla y desorientarían su mente. Nadie entendería ni su lenguaje ni su forma de comportarse. Es decir, lo tomarían por loco.
Así se explicaba que los que volvieron vivos y habiendo visitado la zona, parecieran enloquecidos y no recuperaran su cordura. El describir todo lo que estaba viendo era obligatorio, sería un sacrilegio no hacerlo. Sin embargo ese era el precio, podías verlo, pero no comunicarlo. De lo contrario esa tierra sería visitada en masa y destruido su encanto.
La tierra se llamaba, el espacio de “A través” pues todo, sus habitantes y su suelo, su cielo, sus aguas, sus plantas y sus animales eran transparentes. Los había de vidrio, de metacrilato, de sal gema, de diamante, de zafiro, de esmeralda, de cuarzo, de gelatina, de rubí, de agua, y de todo material susceptible de dejar pasar la luz. Y ¿De donde les venía la luz? Provenía de una estrella pequeña pero tremendamente luminosa, estaba formada por un núcleo del tamaño de un balón de fútbol en combustión que, debido a la reflexión y refracción de unas lentes precisas y convexas, iluminaba todo ese mundo.
Había árboles que combinaban varios materiales. Su tronco era de jade transparente, sus hojas de esmeralda y sus frutos de rubí. Los animales también eran de diversos componentes diáfanos. Había unos gatos que tenían las garras de diamante, los ojos de turquesas, se transparentaba su corazón de rubí y el órgano vital que todos, tanto los animales como las personas tenían era de zafiro.
Cuestionó a su guía si alguien moría en ese mundo. No, le dijo, pero si puedes cambiar de papel en el mismo. Le indicó un camino que, le informó, equivaldría a nuestro infierno, pero no era lo mismo. Allí un inmenso calor derretía a los seres y les daba una nueva vida. En otra forma o en otro cuerpo.
Comprobó que todos eran felices y nadie deseaba nada de nadie. Si no se sentían a gusto con su aspecto o su suerte. Se iban al infierno y cambiaban de aspecto y de destino. No quería irse de allí, y, sin embargo solo le quedaba un día para disfrutar del lugar.
Veía fuentes cristalinas, nubes de alabastro transparentes. Montañas de cuarzo, útiles de metacrilato, de vidrio y de diamante, casas de zafiro y de amatista. Palacios de múltiples piedras preciosas.
Y la luz, que se reflejaba, difractaba, reflectaba, difuminaba y expandía por todos lados. Su origen era esa estrella, que, curiosamente estaba bajo tierra, bueno bajo cristal, difundiendo su luz los diversos cuerpos y lentes empleados en ello.
Todo era puro y cristalino, no había nada que impidiera a la luz progresar en todas direcciones. Luz, color y transparencia eran lo que adjetivaban este sitio. ¿Es así el cielo? Preguntó nuestro amigo a su guía. ¿Que es el Cielo? Donde vamos cuando morimos los humanos si hemos sido buenos, y allí nos recibe Dios. ¿Morir? ¿Dios? ¿Ser buenos? No te entiendo. Aquí ningún ser domina a ningún otro. Todo es de todos, si alguien necesita ayuda se le presta. Si alguien quiere cambiar de vida puede hacerlo.
Y le indicó que le quedaban dos horas humanas para abandonar el paraíso. Le condujo al bosque y cuando se quiso dar cuenta se dirigía de vuelta al inicio de su viaje. No tuvo mucha dificultad para encontrar el camino, pero deseaba no haber vuelto. No contaría nada de esto para que no le hicieran parecer un loco. Pero si escribió todo y lo guardó. Cuando se encaminaba a la casita de los ancianos, se hizo un poco el loco y, recogiendo sus cosas se alejó para conocer otros mundos. Pero ese que había conocido era el único que había merecido la pena.


AUTOR: JUAN GREGORIO GARCÍA ALHAMBRA
23/11/08


Sed felices